Los bárbaros del norte de Europa
De Oriente volvemos a Occidente para considerar el desarrollo del cristianismo en Europa, fuera de las fronteras del Imperio Romano. Sin embargo, para entender los procesos históricos que ocurrieron en el norte de Europa es necesario que comencemos refiriéndonos a movimientos de pueblos que se produjeron en el centro de Asia.
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Los hunos de Asia Central
En Asia Central vivía un pueblo de raza mongola, conocido como los hunos. Vivían al norte del desierto de Gobi y de los Himalayas, barreras naturales que defendían a China e India; y de la Gran Muralla china, barrera artificial de 2200 kilómetros de longitud. Los hunos no conocían la agricultura, no tenían ciudades, ni villas, ni casas, sino que eran nómadas que vivían en un lugar hasta agotarlo y luego se movían a otro sitio con sus familias, tiendas y animales. Eran guerreros feroces y tenían una gran movilidad debido a sus cabalgaduras resistentes y veloces. A medida que crecieron, sus desplazamientos se fueron haciendo más frecuentes y rápidos. Entonces se dedicaron al saqueo, al crimen y la destrucción. Eran temidos en Asia y en Europa.
A pesar del desierto de Gobi y la Gran Muralla, algunas tribus invadieron China e India. En el año 200 terminaron con la dinastía Han de la China y dieron comienzo a 400 años de una suerte de edad media china. En 480 cruzaron los Himalayas y destruyeron el Imperio Gupta, que desde el 320 había formado una gran civilización en el norte y centro de la India. Otros grupos se dirigieron hacia el oeste presionando sobre las tribus bárbaras del norte de Europa, que comenzaron a entrar al Imperio Romano atraídas por su clima más cálido, mejores condiciones de vida y, sobre todo, la seguridad que ofrecían sus fronteras.
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Los godos de Europa del norte
Desde el siglo II, los gobernantes romanos reconocieron el peligro de las tribus germanas al norte del río Danubio, de las que los godos eran la mayoría. Estos pueblos godos comenzaron a irrumpir pacíficamente en las fronteras romanas, estableciéndose con permiso imperial como colonos o mercenarios en el ejército de frontera. Algunos llegaron a ser oficiales de los ejércitos romanos, al punto que en 235 un godo llegó a ser general y más tarde fue aclamado como imperator por el ejército (emperador Germánico, 251). Esto llegó a ser muy peligroso ya que las tribus godas presionaban las fronteras cada vez más y llenaban de mercenarios el ejército que se suponía cuidaba esas fronteras.
Los godos estaban establecidos en las llanuras alrededor del mar Negro, entre el Danubio y el Dnieper. En algún momento, durante el siglo III, el testimonio cristiano comenzó a esparcirse entre ellos posiblemente desde Crimea. En el siglo IV, los hunos presionaron sobre las tribus al norte del Danubio (en Rumania y Hungría), especialmente a los godos, y los forzaron a ingresar masivamente al Imperio Romano. En 376, los godos pidieron permiso para ingresar al Imperio. Se instalaron en los Balcanes, cerca de Constantinopla. En 378, hubo un levantamiento de los refugiados godos, que terminó en la derrota del ejército imperial del emperador Valente, en la batalla de Andrinópolis. El sucesor, Teodosio el Grande, logró someterlos y los hizo sus aliados a cambio de un tributo anual.
Los visigodos permanecieron algunos años custodiando las fronteras del Imperio, pero a la muerte de Teodosio (395) se alzaron en armas y luego de asolar a Grecia y Macedonia, se dirigieron hacia Italia. En el año 408, el emperador Honorio mandó asesinar a Estilicón, el responsable por la defensa de Roma. Entonces el general visigodo Alarico (376–410), un general godo al servicio del Imperio y que se hallaba en Iliria, reanudó sus ataques contra el Imperio. Finalmente, en 410, Alarico puso sitio a Roma y la saqueó.
Para muchos cristianos, la caída de Roma significó el fin del mundo. Jerónimo (342–420), el autor de la Versión Vulgata de la Biblia (versión latina), desde su lugar de retiro en un monasterio en Belén, refiere los acontecimientos y su desarrollo con gran dramatismo. En una carta a Heliodoro, escrita en 396, Jerónimo expresa su espanto frente a la situación en todo el mundo.
Jerónimo: “Durante veinte años y más, la sangre de los romanos ha sido derramada diariamente entre Constantinopla y los Alpes Julianos.… ¡Cuántas matronas y vírgenes de Dios, damas virtuosas y nobles, han sido sometidas para entretenimiento de estos brutos! Obispos han sido tomados cautivos, sacerdotes y aquellos en las órdenes menores han sido asesinados. Las iglesias han sido demolidas, los caballos han sido guardados junto a los altares de Cristo, las reliquias de los mártires han sido desenterradas. El llanto y el temor abundan por todas partes y la muerte aparece en innumerables formas y maneras. El mundo romano está cayendo: no obstante, mantenemos en alto nuestras cabezas en lugar de inclinarlas.… El Este, es verdad, parecía estar protegido de todos estos males.… Pero, he aquí, en el año que acaba de pasar los lobos (ya no de Arabia sino de todo el norte) se han soltado sobre nosotros desde lo más intrincado del Cáucaso y en corto tiempo han derrotado a estas grandes provincias.… ¡Qué enorme cantidad de monasterios han capturado! ¡Cuántos ríos han hecho correr rojos en sangre!… Son nuestros pecados los que hacen fuertes a los bárbaros, son nuestros vicios los que vencen a los soldaros de Roma.… ¡Oh, si tan solo pudiésemos subirnos a una torre de vigía lo suficientemente alta que de ella pudiésemos contemplar toda la tierra esparcida a nuestros pies, entonces les mostraría a un mundo en ruinas.”
Poco más tarde, la situación se había agravado y Jerónimo, como si estuviese actuando de reportero en el frente de guerra, informa detalladamente de la situación. En una carta escrita a Ageruchia, una viuda noble de Galia, alrededor de 409, dice: “Sí, el Anticristo está cerca.… Ahora hablaré unas pocas palabras de nuestras miserias presentes.… Tribus salvajes en números incontables han invadido todas las partes de Galia. Todo el país entre los Alpes y los Pirineos, entre el Rin y el Océano [Atlántico], ha quedado devastado por las hordas de [los bárbaros].… Y los que la espada perdona por fuera, el hambre los devora por dentro. No puedo hablar sin lágrimas …” Apenas un poco tiempo después, Jerónimo parece estar redactando los titulares de un diario, cuando en una carta a Principia (412), comenta: “Un rumor terrible del Oeste. Roma ha sido sitiada y sus ciudadanos se han visto forzados a comprar sus vidas con oro. Luego, así despojados, ellos han sido sitiados nuevamente de modo que perdieron no solamente su sustento sino sus vidas. Mi voz se pega en mi garganta; y, al dictar [esta carta], el llanto ahoga mi palabra. La ciudad que había tomado a todo el mundo ahora estaba cautiva.”
La caída de Roma fue el presagio de la inminente caída del Imperio Romano occidental. Antes de terminar el siglo V, los visigodos se iban a establecer en España, los vándalos cruzaron al norte de África, los burgundios ocuparon la región de Francia a la que dieron su nombre, mientras que las regiones al norte del Imperio fueron dominadas por los francos y los anglo-sajones, tribus éstas que todavía no habían tenido contacto con el cristianismo. La Edad Oscura se estaba cerniendo sobre Occidente y muchos se habrán sentido tan apesadumbrados como Jerónimo.
La caída de Roma fue una tragedia, que despertó varios interrogantes: (1) ¿qué hizo la Iglesia en el Imperio Romano respecto a los bárbaros que estaban por destruir ese Imperio? (2) ¿qué hizo la Iglesia del Este respecto de los más salvajes de todos los pueblos bárbaros, los hunos? (3) ¿qué enseñó la Iglesia acerca de la caída de Roma y sobre cualquier crisis similar que pudiera ser considerada como “el fin del mundo”?
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La Iglesia del Oeste y los godos
Si bien la caída de Roma fue una verdadera tragedia, no perjudicó mayormente la situación de la Iglesia cristiana romana. En buena medida, el respeto que los bárbaros invasores tuvieron por la Iglesia latina, su clero, sus templos e instituciones se debió al hecho de que muchos de ellos ya conocían la fe cristiana. El cristianismo había llegado a las tribus germanas no por medio de un plan elaborado para ganarlos, sino a través de prisioneros cristianos. En 264, godos de Rumania cruzaron el mar Negro, atacaron Asia Menor, y tomaron prisioneros griegos cristianos. Uno de ellos fue el abuelo de Ulfilas (311–383), quien habría de llegar a ser el apóstol a los godos.
Antes del año 400, el cristianismo había alcanzado a los pueblos germanos que vivían al norte del río Danubio, gracias a la predicación y el ministerio de Ulfilas. Este singular misionero, hijo de una mujer goda, pero con educación griega y latina, conocía muy bien las costumbres de los pueblos bárbaros. Había llegado a cumplir funciones eclesiásticas como lector y estaba bien comprometido con el ministerio, cuando una embajada enviada al Imperio Romano le dio la oportunidad de hacer contacto con las autoridades de la Iglesia en el Este. La embajada llegó siendo emperador Constancio (341), cuando la reacción anti-nicena triunfaba en el Este. Ulfilas, entonces, fue ordenado obispo por Eusebio de Nicomedia y como era de esperar adoptó una teología arriana.
El obispo de Constantinopla lo designó como misionero a los godos, donde llevó a cabo una labor misionera extraordinaria. Ulfilas era un hombre práctico. Lejos de enredarse en las especulaciones teológicas y filosóficas de la época, se adhirió a la doctrina arriana porque resultaba más fácil de comprender y comunicar, especialmente a los paganos. A Ulfilas no le interesaba tanto la especulación teológica de sus días, como expresar en la forma más simple posible un credo que fuera fácilmente aceptado. Por eso, en su prédica enseñaba que Cristo no era Dios sino un ser inferior, es decir, su cristianismo era arriano.
Ulfilas fue más hábil como predicador que como pensador; fue un pésimo teólogo, pero un misionero extraordinario. Su obra más importante fue la traducción de la Biblia al idioma gótico. Para aquel entonces, la Biblia ya estaba traducida al siríaco, el copto (es decir, “egipcio”) y el latín. El problema era que los godos no tenían escritura, salvo por algunos pocos caracteres rúnicos que eran utilizados más en la magia que en la comunicación. Ulfilas entonces inventó un alfabeto gótico usando letras griegas para representar los sonidos góticos. Así, la Biblia Gótica llegó a ser el primer libro en la familia de idiomas germanos, a los que pertenecen idiomas modernos tan importantes como el inglés y el alemán. Ulfilas conocía griego y sabía lo que tenía que hacer; pero también conocía a los godos y sabía lo que no tenía que hacer. Por eso adaptó su versión de la Biblia a la cultura y cosmovisión gótica.
Filostorgio: “Ulfilas tuvo un muy gran cuidado de los godos de muchas maneras. Por ejemplo, redujo su lengua por escrito y tradujo todos los libros de la Biblia en su habla cotidiana, excepto los libros de Reyes. Los dejó fuera porque son meramente el relato de hazañas militares, y las tribus góticas eran particularmente afectas a la guerra. Ellas tenían más necesidad de controles sobre sus naturalezas guerreras que de estímulos que los urgiera a acciones de guerra.”
Ulfilas terminó su carrera en la anterior provincia romana de Mesia, al sur del Danubio. Se retiró allí para escapar a una de las persecuciones dirigidas a interrumpir el avance del testimonio cristiano entre los godos, o bien para acompañar la instalación de un grupo de godos en territorio romano. Las iglesias fundadas por Ulfilas continuaron siendo arrianas en su teología. Varios sucesores de Ulfilas sirvieron como obispos arrianos y escribieron obras y participaron en disputas teológicas importantes. El arrianismo se transformó, de este modo, casi en la religión nacional de los pueblos germanos.
Por supuesto, no todos los godos que se llamaban cristianos eran convertidos auténticos. Muchos de los que entraban al Imperio aceptaban el bautismo, así como aceptaban las costumbres romanas. Otros se hacían pasar por cristianos para poder entrar al Imperio, especialmente durante el siglo IV. De todos modos, la Iglesia latina se vio beneficiada ya que recibió el ingreso masivo de nuevos miembros, admiradores asombrados de las ceremonias cristianas y de la belleza de sus templos. Los bárbaros analfabetos aceptaban todo sin demasiadas preguntas, y si bien tenían la hegemonía política y militar, fueron sometidos al romanismo. En definitiva, la victoria cultural de Roma sobre estas tribus fue un paso decisivo para el avance de las pretensiones de su obispo sobre las de sus competidores del este.
MAPA 8 – RUTAS SEGUIDAS POR LOS HUNOS Y GODOS
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La Iglesia del Este y los hunos
¿Hubo testimonio cristiano entre los hunos? Según Jerónimo, en una carta que le escribe a Laeta, la nuera de Paula, que lo acompañaba en su monasterio en Belén (403), parece que sí. “Todos los días”—afirma el monje de Belén—“damos la bienvenida a multitudes de monjes de India, de Persia, de Etiopía. El arquero armenio ha dejado sus flechas de lado, los hunos están aprendiendo el Salterio, y los fríos escitas son templados con la llama de la fe.”
El documento que testimonia de la presencia del cristianismo entre los hunos es la Crónica de Sa’art. Este documento fue escrito entre los años 800–1300, pero está basado en registros anteriores. Cuenta de una revuelta en Persia antes del año 500, que sacó al emperador persa Qbad de su trono y país. Qbad huyó hacia el nordeste, a una región que se conoce como Bactria, sobre el río Oxus, ocupada en aquel tiempo por los hunos blancos (turcos). El rey huno lo ayudó a recuperar su trono, y al regresar a Persia, Qbad se mostró favorable a los cristianos, porque los cristianos entre los hunos lo habían ayudado. Algunos persas miembros de su corte y que lo acompañaron a Bactria se quedaron allí, se casaron y formaron sus familias entre los hunos. Años más tarde, algunos regresaron a Persia y trajeron noticias de la presencia de cristianos entre los hunos. El redactor de la Crónica de Sa’art copia los nombres de estos testigos y fecha su testimonio en el año 555. Los episodios que describe pueden haber ocurrido entre 525–550.
Crónica de Sa’art: “Los hunos han aprendido a escribir su propia lengua. Así es como ocurrió: Luchando contra los romanos, los hunos habían tomado prisioneros. Treinta y cuatro años más tarde, un ángel apareció a Qaradushat, obispo de Arán, en Armenia Oriental, diciendo: ‘En respuesta a las oraciones de los cautivos, Dios me ha dicho que te pida que vayas, bautices a sus niños, les proveas de sacerdotes, les des los sacramentos, y he aquí, yo estoy contigo y encontrarás todo lo que necesites.’
Siete de ellos partieron atravesando territorio salvaje, no haciendo rodeos por los pasos, sino derecho, cruzando las montañas, y cada noche eran provistos de siete panes y de una botella de agua. Predicaron a los cautivos, convirtieron a algunos de los hunos, y tradujeron las Escrituras a su idioma.
Después de catorce años, Qaradushat murió. Su nombre significa ‘llamado por Dios.’ Otro obispo armenio, Makarios, fue llamado a ir, y fue de buen grado con algunos de sus sacerdotes. Construyeron una iglesia de ladrillos, plantaron los campos, sembraron vegetales, realizaron señales, y bautizaron a muchos. Los caudillos de los hunos los honraron, invitándolos como maestros, cada uno a su propia tribu, y he aquí, están allí hasta hoy.… Éste es el tiempo del cual habló el apóstol, cuando ‘ha entrado la plenitud de los gentiles’ (Ro. 11:25).”
El documento describe lo que hoy podríamos denominar como misión rural. No se dice mucho sobre la escritura y traducción de la Biblia, como en el caso de Ulfilas. Sin embargo, es muy probable que la situación entre los hunos haya sido similar a la de los godos. El problema de la falta de un abecedario o una forma escrita de la lengua era el mismo y debe haberse solucionado de la misma manera. En este caso, se usaron letras siríacas para los sonidos hunos, y se creó un nuevo lenguaje escrito, del que derivan lenguas como el mongol y el manchú.
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La Iglesia y el fin del mundo
El problema de Volusiano. En un tiempo cuando el mundo parecía hacerse añicos, un sensible cristiano se preguntaba por el porqué de la caída de un Imperio que llevaba el nombre de cristiano. Volusiano, un joven procónsul, catecúmeno, le escribe a Agustín de Hipona (354–430), el más importante de los Padres de la Iglesia latina, para compartir sus preguntas y preocupaciones. Así, compara la entrada de Constantino a Roma en el 312 y la entrada de Alarico un siglo más tarde en 410. Según una carta de Marcelino a Agustín (412), “Volusiano piensa que todas estas dificultades pueden ser agregadas a la pregunta previamente planteada, especialmente porque es evidente (si bien él guarda silencio sobre este punto) que muy grandes calamidades han caído sobre el Imperio bajo el gobierno de emperadores que en su mayor parte observaban la religión cristiana.”
Básicamente, Volusiano levanta dos preguntas. Por un lado, la pregunta pacifista, es decir, ¿está bien que un cristiano ponga la otra mejilla, cuando es responsable de la seguridad de toda una provincia, como era el caso de él? Por otro lado, la pregunta de la providencia, es decir, ¿por qué Dios permite que ocurran estas cosas?
Desde su sede episcopal en Hipona, al norte de África, Agustín procuró responder a éste y a otros interrogantes especialmente a través de su libro La ciudad de Dios (escrito entre 413 y 426), que es la primera filosofía cristiana de la historia y la obra maestra de Agustín. Este libro es la defensa más grande del cristianismo que jamás se haya escrito. Agustín salió al paso de la objeción de que si bien el Imperio Romano había adoptado la religión cristiana, el cristianismo no había podido salvar al Imperio de los bárbaros. Agustín escribió sabiendo que se encontraba en el fin de una edad, pero miraba el futuro con esperanza.
La enseñanza de Agustín. Respecto de la crisis del año 410, Agustín admite que la religión cristiana no salvó a Roma, pero afirma que sí salvó a muchos que estaban en peligro y necesidad. Los horrores de la guerra no eran nuevos, pero muchos bárbaros eran arrianos y cuidaron de las mujeres y los niños que se refugiaron en los templos cristianos.
Agustín de Hipona: “Todo el saqueo, pues, al que Roma se vio expuesta en la calamidad reciente—toda la matanza, despojo, incendio y miseria—fue el resultado de la costumbre de la guerra. Pero lo que fue novedoso, fue que los bárbaros salvajes se mostraron de manera tan amable, que las iglesias más grandes fueron escogidas y apartadas con el propósito de ser llenadas de gente a quienes se les dio refugio, y que en ellas nadie fue asesinado, nadie fue acuchillado por la fuerza; que muchos fueron conducidos a ellas por sus concesivos enemigos para ser puestos en libertad, y que de ellas nadie fue puesto en esclavitud por enemigos inmisericordes. Quien no ve que esto debe ser atribuido al nombre de Cristo, y al carácter cristiano, está ciego; quien lo ve y no lo alaba, es un desagradecido; y quien impide a otros a alabarlo, está loco.”
En cuanto al problema del sufrimiento humano, señala Agustín que la religión cristiana no pretende que el cristiano pueda evitar el sufrimiento. “Por lo tanto, si bien personas buenas y malas sufren por igual, no debemos suponer que no haya diferencia entre las personas mismas, porque no hay diferencia en lo que ellos sufren. Porque incluso en la semejanza de los sufrimientos, se da una desemejanza en los que sufren; y si bien están expuestos a la misma angustia, virtud y vicio no son la misma cosa.… Y así ocurre que en la misma aflicción los malvados detestan a Dios y blasfeman, mientras que los buenos oran y alaban. De modo que la diferencia no está en cuáles son los males que se sufren, sino en qué tipo de persona los sufre.”
Más complicada es su argumentación en cuanto al problema del mal en el mundo. Según Agustín, la creación de Dios es buena y el mal sólo existe en la mala voluntad humana. En un mundo que se ha alienado de su Creador, el propósito de Dios sólo puede encontrarse en el pueblo de Dios. Dios sabía, antes de que ocurriera, que el ser humano iba a pecar.
Agustín de Hipona: “Y Dios no era ignorante de que el ser humano pecaría, y que, estando ahora sujeto a la muerte, se propagaría en otros hombres condenados a muerte, y que estos mortales correrían a tales enormidades en su pecado, que incluso las bestias carentes de voluntad racional, y que fueron creadas de manera numerosa de las aguas y de la tierra, vivirían más segura y pacíficamente con los de su propia especie que con el hombre, quien se había propagado de un individuo con el propósito cierto de promover la concordia. Porque ni siguiera los leones o los dragones han luchado entre sí guerras tales como las que los hombres han luchado unos con otros. Pero Dios también previó que por su gracia un pueblo sería llamado a la adopción, y que ellos, siendo justificados por la remisión de sus pecados, serían unidos por el Espíritu Santo a los santos ángeles en paz eterna, siendo destruido el último enemigo, la muerte.”
Finalmente, Agustín desarrolla el tema de las dos ciudades, que es el que le da el título a su libro. En el corazón del mismo está el contraste entre la “ciudad terrenal,” que no será eterna, y la “Ciudad Celestial” en la que está expresado el sentido de la historia. La idea central de Agustín es que toda la historia humana es una lucha entre dos reinos, el de Dios y el del mundo, entre la civitas Dei y la civitas terrena. Para él, la Iglesia es la colonia sobre la tierra de la Jerusalén celestial, establecida para el testimonio acerca de Dios cualesquiera sean las circunstancias que se den en las naciones del mundo. La Iglesia, peregrina a través de la historia, es la que da sentido a la historia y el fin de este peregrinaje está más allá de la historia, en la Iglesia Triunfante.
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