IV. Un soldado en la batalla (12.14-21)
Los cristianos tienen tanto batallas como bendiciones, y Pablo nos instruye sobre cómo enfrentar a quienes se oponen a la Palabra. Debemos bendecirles (Mt 5.10–12) y no maldecirles. Por supuesto, ningún creyente debe meterse en problemas por una manera mala de vivir (1 P 2.11–25). Debemos tener simpatía (v. 15) y humildad (v. 16), porque el egoísmo y el orgullo generan mala voluntad. Los cristianos nunca deben «desquitarse» de sus oponentes; más bien deben esperar a que Dios «pague» (v. 19), bien sea en esta vida o en el juicio futuro.
«Procurad lo bueno delante de los hombres» (v. 17) sugiere que el cristiano vive en una «casa de cristal» y que debe estar consciente de que otros lo escudriñan. «¡Voy a disfrutar mi vida!», es una actitud pecaminosa para un creyente, a la luz de Romanos 14.7–8. La gente nos observa y en tanto como nos sea posible, debemos vivir en paz con todas las personas. Por supuesto, no podemos hacer compromisos con el pecado ni tener una actitud de «paz a cualquier costo». La actitud y espíritu de Mateo 5.38–48 nos ayudará a ser «pacificadores» (Mt 5.9).
En los versículos 19–21 Pablo se refiere a Proverbios 25.21, 22 y a Deuteronomio 32.35. (Véase también Heb 10.30.) El principio indicado aquí es que el creyente se ha entregado al Señor (12.1–2) y por consiguiente el Señor debe cuidar de él y ayudarle a librar sus batallas. Necesitamos sabiduría espiritual (Stg 1.5) cuando se trata de lidiar con los enemigos de la cruz, para que no demos mal testimonio por un lado, o rebajemos el evangelio, por el otro. Pablo usó de la ley romana en tres ocasiones para protegerse a sí mismo y al testimonio del evangelio (véanse Hch 16.35–40; 22.24–29; 25.10–12), sin embargo, estaba dispuesto a hacerse a todos de todo con tal de ganar a algunos para Cristo. Si practicamos Romanos 12.1, 2 diariamente, podemos estar seguros de que Él nos dirigirá a obedecer el resto del capítulo.
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