Lección 1, Tema 1
En Progreso

II. La elección de Israel defendida (9.14-33)

La doctrina de la elección nacional de Israel levanta varias preguntas teológicas cruciales:

¿Es Dios injusto? (vv. 14–18).

¡Por supuesto que no! Porque la elección no tiene nada que ver con la justicia, sino más bien con la gracia. «¡Dios es injusto si escoge a uno e ignora a otro!», dicen a menudo los ignorantes. Pero el propósito de Dios va más allá de la justicia; ¡porque si Dios hiciera nada más lo que es justo, tuviera que condenarnos a todos nosotros! Pablo usa a Moisés (Éx 33.19) y a Faraón (Éx 9.16) como prueba de que Dios puede hacer lo que desee al dispensar su gracia y misericordia. Nadie merece la misericordia de Dios y nadie puede condenarlo por su elección de Israel o por haber pasado por alto a otras naciones.

¿Por qué Dios encuentra faltas si nadie puede resistir su voluntad?
(vv. 19–29).

Pablo replica con una parábola sobre el alfarero, posiblemente tomada prestada de Jeremías 18.1–6. Dios es el Alfarero y las naciones del mundo (y sus líderes) son las vasijas. Algunas son vasijas de ira que Dios pacientemente soporta hasta el tiempo de su destrucción (Gn 15.16). Otros son vasijas de misericordia que revelan su gloria. Pablo entonces cita a Oseas 2.23 y 1.10 para mostrar que Dios prometió llamar un «pueblo» de entre los gentiles, un pueblo que sería llamado «hijos del Dios viviente». Esta es la Iglesia (véase 1 P 2.9–10). También cita Isaías 10.22, 23, mostrando que un remanente de judíos también se salvaría (véase Is 1.9). En otras palabras, el propósito de Dios en la elección hace posible que tanto judíos como gentiles sean salvos por gracia. Ni el judío ni el gentil podrían ser salvos de ninguna otra manera que por la gracia de Dios.

 

¿Qué diremos respecto a los gentiles? (vv. 30–33).

Aquí está la paradoja de la historia: los judíos trataron de ser justos y fueron rechazados; los gentiles, que no tuvieron los privilegios de los judíos, ¡fueron recibidos! La razón es que los judíos trataron de alcanzar justicia por medio de las obras, mientras que los gentiles recibieron la justicia por la fe y mediante la gracia de Dios. Los judíos tropezaron por el Mesías crucificado (véanse Is 8.14; 28.16; Mt 21.42; 1 Co 1.23; 1 P 2.6–8). Querían un Mesías que guiaría a la nación a la libertad y gloria políticas; no podían creer en un Cristo crucificado.

El propósito de Pablo en este capítulo es explicar la posición de Israel en el plan de Dios. Israel era una nación elegida que se le había dado privilegios como a ninguna otra; y sin embargo, había fallado miserablemente al no seguir el programa de Dios para bendecir a todo el mundo. El capítulo entero exalta la gracia soberana de Dios sin minimizar la responsabilidad del hombre para tomar las decisiones correctas. La Palabra de Dios prevalecerá independientemente de la desobediencia humana; pero los pecadores desobedientes se quedarán sin la bendición. Ninguna mente humana puede siquiera imaginar o explicar la sabiduría de Dios (véase 11.33–36), pero esto sabemos: sin la gracia soberana de Dios, no habría salvación.

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