I. La justificación es por fe, no por obras (4.1-8)
Todos los judíos reverenciaban al «padre Abraham» y por Génesis 15.6 sabemos que Abraham fue justificado ante Dios. La aceptación de Abraham por Dios era tan cierta que se referían al cielo como «el seno de Abraham». Sabiendo esto, Pablo apunta a Abraham y pregunta: «¿Cómo fue Abraham, nuestro padre en la carne, justificado?» ¿Por sus obras? No, porque entonces pudiera haberse gloriado de sus éxitos y no tenemos ningún registro de tal acción en el AT. ¿Qué dice la Escritura? «Abraham creyó a Dios» (véase Gn 15.1–6.) El don de la justicia vino, no por obras, sino por la fe en la Palabra revelada de Dios.
Nótese que en su argumento Pablo usa las palabras «considerar», «imputar» y «contar» (vv. 3–6, 8–11; 22–24). Todas significan lo mismo: poner a cuenta de una persona. La justificación significa justicia imputada (puesta a nuestra cuenta) y nos da el derecho de estar ante Dios. Santificación significa justicia impartida (hecha parte de nuestra vida) y nos da una posición correcta ante los hombres, de modo que crean que somos cristianos. Ambas cosas son parte de la salvación, como argumenta Santiago 2.14–26. ¿De qué sirve decir que tengo fe en Dios si mi vida no revela fidelidad a Él?
La salvación es o bien una recompensa por obras, o un regalo mediante la gracia; no puede ser ambas cosas. El versículo 5 afirma que Dios justifica al impío (no al justo) por fe y no por obras. Los judíos pensaban que Dios se basaba en las obras para justificar a los religiosos; sin embargo, Pablo ha demostrado que el «padre Abraham» se salvó sólo por fe. Luego Pablo se refiere a David y cita el Salmo 32.1–2, demostrando que el gran rey de Israel enseñó la justificación por la fe, aparte de las obras. Dios no imputa el pecado a nuestra cuenta, porque eso se cargó a la cuenta de Cristo (2 Co 5.21 y véase Flm 18). Antes bien, ¡Él imputa la justicia de Cristo a nuestra cuenta puramente sobre la base de la gracia! ¡Qué maravillosa salvación tenemos!
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