I. La bendición de la justificación (5.1-11)
Tenga presente que la justificación es la declaración de Dios de que el pecador que cree es justo en Cristo. Es justicia imputada, puesta a nuestra cuenta. Santificación es justicia impartida, puesta en práctica en y a través de nuestras vidas por el Espíritu. Justificación es nuestra posición delante de Dios; santificación es nuestro estado aquí en la tierra delante de otros. La justificación nunca cambia; la santificación sí. Nótese las bendiciones que tenemos en la justificación.
1. Tenemos paz (v. 1).
Hubo un tiempo en que éramos enemigos (v. 10); pero ahora en Cristo tenemos paz con Dios. Paz con Dios significa que nuestro problema con el pecado ha quedado resuelto por la sangre de Cristo. Dios es nuestro Padre, no nuestro Juez.
2. Tenemos entrada a Dios (v. 2a).
Antes de nuestra salvación estábamos «en Adán» y condenados; pero ahora en Cristo tenemos una perfecta posición delante de Dios y podemos entrar a su presencia (Heb 10.19–25).
3. Tenemos esperanza (v. 2b).
Literalmente «nos enorgullecemos en la esperanza de la gloria de Dios». Lea Efesios 2.11, 12 y note que el inconverso está «sin esperanza». No podemos ufanarnos en las buenas obras que traen salvación (Ef 2.8–9), pero sí podemos hacerlo en la maravillosa salvación que Dios nos ha dado en Cristo.
4. Tenemos confianza diariamente (vv. 3–4).
«También nos gloriamos en las tribulaciones». El verdadero cristiano no sólo tiene una esperanza para el futuro, sino que tiene confianza en las presentes aflicciones de la vida. La «fórmula» es como sigue: la prueba más Cristo igual a paciencia; paciencia más Cristo es igual a prueba [experiencia]; prueba más Cristo igual a esperanza. Nótese que no nos gloriamos en las tribulaciones o respecto a las pruebas; sino en las pruebas. Compárese Mateo 13.21; 1 Tesalonicenses 1.4–6; y Santiago 1.3ss.
5. Experimentamos el amor de Dios (vv. 5–11).
Por el Espíritu Dios derrama su amor en nosotros y a través de nosotros. Dios reveló su amor en la cruz cuando Cristo murió por los que estaban «débiles», que eran «indignos», «pecadores» y «enemigos», probando así su gran amor. El argumento de Pablo es este: si Dios hizo todo eso por nosotros mientras todavía éramos sus enemigos, ¡cuánto más hará ahora que somos sus hijos! Somos salvos por la muerte de Cristo (v. 9), pero somos también salvos por su vida (v. 10), según «el poder de su resurrección» (Flp 3.10) que opera en nuestras vidas. Hemos recibido «reconciliación» (v. 11) y ahora experimentamos el amor de Dios.
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