"Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré" Mateo 8:5-7
El ministerio de Jesús fue acompañado de todo tipo de señales y prodigios extraordinarios. Esto hizo que Su fama se extendiera más allá de los hijos de Israel y llegara a oídos de los romanos así como de los griegos.
En esta oportunidad, al llegar a una ciudad, un centurión –es decir un soldado con rango que estaba sobre cien soldados– va a llegar ante Él con una petición concreta: su criado a quien amaba mucho estaba gravemente enfermo. La fe de este hombre conmueve al Señor, y lo lleva a detener Su marcha para atender su necesidad. El centurión estaba acostumbrado a practicar la autoridad y a dar órdenes, y todo soldado bajo su cargo obedecía sin titubear. Sin ver al enfermo, ni tocarlo, tan solo declarando la palabra es que iba a ser sanado.
¡Qué milagro maravilloso y a la vez particular! Dios no ha cambiado, Él sigue obrando milagros, y nada hay imposible para el que cree. Si somos capaces de creer veremos y viviremos en la dimensión de los milagros.
Meta del día: te propongo hoy que cuando veas una necesidad concreta en alguien, te acerques y le preguntes si puedes orar por él. Seguramente te sorprenderás al ver el respaldo de Dios. Dios también puede usarte para operar milagros.
Lectura Bíblica