A salvo

Principios para el Éxito

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Salmo 61:2

“Desde los lejanos rincones de la tierra te llamo,

pues estoy angustiado.

Llévame a la roca que es más alta de lo que puedo alcanzar,

donde quede yo a salvo.”

Hace algunos años fuimos a acompañar a mi hijo a una salida con su grupo de escalada. Habían estado entrenando durante todo el año en una palestra dentro de un club, y era el momento de demostrar sus habilidades en una pared de roca en la montaña. Valentín tenía 5 años en ese momento. Ese dato puede hablarte del nivel de ansiedad y nervios que teníamos como padres, pero nos dejamos impulsar por la euforia de los niños, el consejo de los padres, la opinión de los entrenadores y las ganas de nuestro hijo de “graduarse” ganándole a la montaña.

Llegamos al lugar, temprano; el grupo se instaló al pie de una gran pared de unos 10 o 12 metros de altura a la que los entrenadores subieron rápidamente para colocar todo el equipo de seguridad y los anclajes en los que se colgarían los arneses. Cuando llegó el turno de Valentín ya habíamos visto escalar a muchos otros niños y estábamos seguros de que no había peligro. Aún así, seguimos cada uno de sus pasos con la adrenalina en el máximo de nuestro nivel. Especialmente cuando perdió una de sus zapatillas y tuvo que completar la escalada, y luego el descenso, descalzo (porque para igualar la pisada se quitó la zapatilla restante). Escaló y desescaló como yo jamás hubiese podido hacerlo. Ese día, volvió con la seguridad de haber vencido.

Cuando leo este Salmo, no puedo evitar recordar ese día. La figura de poder alcanzar la roca más alta me lleva una y otra vez a la imagen de mi hijo de 5 años usando sus pies y manos para subir la montaña.

Claro, lo que no te conté aún, es que a mitad de camino Valentín se paralizó. No sé si fue la altura (aunque estaba bastante acostumbrado a estar a esa altura en el club) o si fue el miedo escénico de saberse observado por tanta gente, pero cuando estaba a mitad del trayecto entró en crisis. Recuerdo que los entrenadores lo alentaban a seguir subiendo, porque era mucho más seguro llegar hasta la cima y desescalar tranquilo, antes que hacerlo nervioso desde la mitad de camino. Pero, aunque trataban de conectar con él, no les prestaba atención.

En ese momento vi que a un costado de la pared de roca había una ladera fácil de subir, que me llevaría estar a la misma altura que él. Subí rápido, no requería esfuerzo, y me puse a su misma altura. Estábamos lejos, pero nuestras miradas conectaron rápidamente. Sin dudar, comencé a alentarlo, y casi de inmediato, se tranquilizó y completó la escalada hasta la parte más alta de la roca, lejos del miedo que había sentido.

¿Alguna vez te sentiste así? De pie frente a un problema, o a una situación adversa, que parece muy fácil de vencer decidís enfrentarlo. Pero a mitad de camino, cuando te das cuenta de que requería más esfuerzo del calculado, o cuando te das cuenta de que la situación era mucho más complicada de lo que habías subestimado, te paralizás. Y aunque el camino más aconsejable es seguir adelante, querés volver atrás o mejor aún, que la adversidad se evapore y todo vuelva a ser como antes.

A mí me pasó muchas veces. Y a David, el autor de este salmo que te compartí, otras tantas. Por eso, lo pone en palabras con tanta claridad cuando dice: “te llamo porque estoy angustiado.” En el verso anterior, el mismo David había escrito: “Escucha mi grito de auxilio. Y presta atención a mi oración.” Y eso nos da una idea un poco más aproximada de lo dramática de la situación que estaría atravesando.

Recuerdo a mi hijo, en crisis y al borde del llanto, paralizado, colgado de una soga, frente a una pared invencible, a mitad de camino, sin poder volver, sin poder llegar. Hasta que llegó mi voz. “Tranquilo hijo, no hay peligro, no tengas miedo. Estoy con vos. Mirame a los ojos. Vos podés seguir subiendo.” Fue él mismo el que subió y bajó, no fui un héroe que subió en una soga a rescatarlo. Sólo escuchó mi voz, les prestó atención a mis palabras y les creyó a mis promesas.

Exactamente eso es lo que describió David, pero en un sentido más real y profundo, contando cómo Dios lo ayudó, cuando él no podía hacer más que dar gritos de angustia.

David clama a Dios y le dice: “llévame a la roca más alta, donde esté yo a salvo, llévame a la roca que es más alta de lo que puedo alcanzar, porque eres mi seguridad.” Y es Dios el que lo rescata. Por eso, en el verso siguiente, David habla de Dios y dice: “Tu eres mi refugio.”

¿Estás en este momento paralizado, asustado, sobrepasado por un desafío que parecía más simple pero que demostró ser mucho más grande de lo que pensás? La solución no es pedirle a Dios que te ayude a bajarte, ni que reduzca el tamaño de la montaña. La solución es pedirle que te lleve a un lugar aún más alto. A un lugar al que jamás podrías llegar si lo intentaras solo, a la roca que es más alta de lo que podrías alcanzar. Eso habla de dependencia y de confianza. Dependencia, porque sabés que no podrías hacerlo sin él, confianza porque sabés que el lugar al que lleva será a donde quedes a salvo. Él mismo es la Roca de nuestra salvación, así lo escribía el autor en otro de sus salmos (18:2):
“El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador; mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección. Él es mi escudo, el poder que me salva y mi lugar seguro.”

Seguí subiendo. El paisaje siempre es más lindo desde la cima.

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